Anacronismos

Matilde: es verano. 

Ya lo sabes porque posiblemente estés con la pancilla al aire algún rato, y además, verás pasar a los mayores resoplando o abanicándose con lo primero que tengan a mano. No te voy a hablar del cambio climático ni de esas teorías que dicen que, cuando seas mayor para leer esto por ti misma, hará más calor todavía. Mejor no lo pensamos, que es domingo y debe hacer 40 grados fuera.

Tampoco me voy a meter ahora a influirte para que seas niña de verano o niña de otoño-invierno. Hay dos clases de personas, los de verano (aquellos que no tardan ni dos segundos en meterse en el agua nada más llegar a una piscina y/o playa), y los de otoño-invierno (que llevan como pueden el verano pero que están deseando poderse poner unas botas [Camper] y un jersey calentito). No sé si sabrás que yo soy del segundo tipo. De hecho, planeo mis viajes estivales pensando en una ciudad con más frío, que pueda bajar de un avión y ponerme al menos unas mangas largas. En fin, que me desvío del tema.

Quería hablarte de anacronismos hoy, 21 de agosto de 2011, porque ha ocurrido uno de los que más me gustan. Entiéndase por anacronismo un hecho que sucede en un tiempo que no corresponde. A veces pasa, sobre todo cuando llega final de agosto, que entre muchos días de muchísimo calor, de pronto se nubla y empieza a llover. A veces, con un poco de suerte, además, cambia el viento y hace algo de fresco. Ese es el momento de correr a ponerse unos calcetines y una camiseta de manga larga, aunque sea un ratito. Es un adelanto del otoño, un respiro. 

El de hoy no ha sido para tanto. Por lo visto esta noche en Islantilla ha sido tormentosa y aquí, en Sevilla, ha llovido lo justo para ensuciarme el coche (empeorarlo, vamos), pero algo es algo: dejémoslo en anacronismillo.