Matilde, aunque ya nos conocemos personalmente y nos caemos muy bien (tú no lo dices, pero queda implícito), te escribo aquí en el blog para decirte que soy la tita Marga y que voy escribir aquí de vez en cuando para decirte pequeñas cositas que te ayuden, te distraigan o que te hagan reír un poquito.
Para empezar, he elegido un post muy importante ya que, como “la nena”(*) de mi casa (Trufa no cuenta), soy la encargada de pasarte el testigo de la historia de Manolito y voy a aprovechar este espacio para ello.
(*) Dícese de la menor de los hermanos en ésta nuestra familia.
Manolito era un ser amoroso de peluche que estuvo conmigo durante muchos años cuando era pequeña. Ni tus titos ni tus titos-abuelos saben exactamente cómo apareció en nuestras vidas, sólo recuerdan que era un osito rosa de chintz (esto del chintz lo dice la tita Marta) y que me acompañaba allá donde fuese: a la playa, a la piscina, a casa de los abuelos e incluso el tito Javier recuerda haber tenido que defendernos a Manolito y a mí en la guardería.
Manolito era suave y muy sencillo; no tenía ojos que se abrían y cerraban como las muñecas de las tatas, no se movía ni emitía ningún sonido, sólo asentía con la cabeza vigorosamente cuando mi abuelo Manolo le preguntaba: -Manolito, ¿tú quieres a Margarita?-, lo cual me resultaba tremendamente divertido.
Un buen día, cuando ya era mayorcita, me di cuenta de que Manolito no aparecía por ningún sitio, y al preguntar me contestaron que Manolito había decidido tomarse unas vacaciones indefinidas. Esto me entristeció un poco, y por eso, los Reyes Magos nos regalaron a la tita Marta y a mí un Manolito (en una versión renovada) para cada una hace un par de años.
Este nuevo Manolito se hace llamar KikoNico (aunque ese es su nombre falso; se lo ha cambiado por cuestiones de marketing) y es igual de amoroso, tierno, bonito y suave que el original o incluso más, porque tiene un pequeño remiendo y una oreja más grande que la otra, que hace que sea imposible no querer achucharlo.
Por todo esto que te he contado, cuando supimos que mamá estaba embarazada y que tú venías en camino no tuvimos ninguna duda: un Manolito sería el regalo perfecto para tí. Así que cuando naciste, no tardamos ni un día en llevarte a Manolito al hospital para que se convirtiera en tu primer mejor amigo.
A día de hoy, eres muy pequeñita, pero cuando pasen un par de años tú podrás decidir si quieres que Manolito te acompañe o no. Yo te animo a que lo adoptes y lo hagas partícipe de tu vida, ya que para mí todo son ventajas: es un osito tierno y peculiar dispuesto a jugar todo lo que tú quieras, es todo bondad, único, no es perfecto y es feliz (según dice Imaginarium) y además, cuando estés disgustada siempre podrás decir: ¡Manolito,… baja!
Sí a todo lo de Manolito, es un amor. El primero y todos los demás. Y yo prefiero que sea imperfecto, con sus asimetrías y costurones.
ResponderEliminarY sí, el chinz, ese gran desconocido... lo que tiene pasar las horas en el taller de los abuelos (esto para otro día, Mati).