Ayer por fin te vi. Estabas un poco dormida. Bastante dormida, más bien. En treinta minutos que estuvimos allí, más o menos, no abriste los ojos. Ni siquiera para curiosear quiénes comentaban tantas cosas sobre ti. Cuando llegué te tenía la abuela Mª Carmen en brazos, y cuando me fui, la tita Carmen, a mí me cogiste el dedo índice, fuerte fuerte, a pesar de estar dormida... ¿O será que no estabas tan dormida? Quizás estabas pensando: "Ay, madre, ¿quién es tanta gente? ¿Y todas estas historias que cuentan? ¡Me ha tocado una familia de esas que cuentan muchas batallitas!
Hasta el mismo día en que naciste, había venido el verano aceleradamente. Siempre pasa en esta ciudad, aunque siempre nos pilla igual de desprevenidos. Sin embargo, ayer por la mañana hacía fresquito y nos llovió cuando íbamos al hospital. Te parecerá raro, pero hay un dicho que lo explica muy bien, ya te acostumbrarás: Hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo. Y eso ha sido.

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